
La fuerza de su creatividad individual, hace que el artista nunca quisiera incluirse en una tendencia concreta, siempre rechazó el que se le definiera como un pintor abstracto al considerar que parte siempre de la realidad; "tengo que tocar con los pies el suelo para hacer lo que pretendo hacer", afirmaba.
En sus comienzos (1953) nos muestra un estilo expresionista con resonancia existencial en exposiciones colectivas, siendo su primera exposición individual en 1955; un momento en que esquematizó su expresionismo y comenzó a manifestar una preocupación por los volúmenes, un gusto por la sobriedad y una clara intención de ordenar los elementos.
Tras su paso por París, dos años mas tarde, adopta una figuración geométrica con naturalezas muertas sobre franjas de colores grises y verdosos y cuadrículas que le permiten una interpretación personal del arte informal, con un nuevo estilo pictórico de acción de contrastes y explosiones violentas, donde predomina sobre todo el negro y blanco.
En la década de los sesenta, su trazo gestual se convierte en un elemento geométrico o anatómico, sintiendo cada vez mas interés por la relación entre los espacios vacíos y el objeto, de naturaleza real (una manzana, un huevo, o una copa), que habitualmente se encuentra aislado, dando una dimensión metafísica al espacio en que se encuentra.
En la década siguiente es cuando se podría decir que nace el artista como lo conocemos actualmente, ya que tras la búsqueda de los años precedentes, es en este momento cuando encuentra la forma de transmitir al espectador el sentimiento de densidad del fondo del cuadro, que cobra gran importancia en el envolvimiento del sujeto que se incorpora en el mismo. No se trata simplemente de un fondo, sino que pasa a ser el protagonista de la obra, conformando todo una unidad.
La década de los setenta supone para el artista un progresivo descubrimiento de nuevas dimensiones en la pintura, tomando como origen el paisaje. En primer lugar aparece la regla y los espacios milimetrados para luego pasar a la vivencia del paisaje real, que le hace acentuar la ficción de la perspectiva con texturas, con gradaciones, y otras técnicas diversas. Como estudios de color, luz y movimiento sobre el espacio limitado del que se compone el paisaje, dando lugar a una visión fragmentada en el que el campo es monocolor, dando paso a la atmosfera en esta noción del color. La trama de pinceladas, minuciosamente superpuestas se van abriendo y dejan vibrar el color de las capas inferiores.
En la década de los ochenta su pincelada se abandona a la inmediatez y partiendo de pequeñas manchas nos presentan un recorrido visual en el que el paisaje se muestra como un trayecto que va de lo global a lo particular, con referencia a grandes superficies que se modulan o vibran para aludir a las plantas y flores, que es el centro de la atención y la sensación, recibiendo un mensaje callado de las mismas.
A finales de esta década se podría decir que sus obras se vuelven cada vez más sintéticas y resumen una serie de constantes y de rasgos característicos de su lenguaje artístico, aunque a la vez incluye aspectos nuevos, como la tensión entre el dibujo y la pintura.
Durante la década de los noventa y en adelante, vuelve el dominio del color con celosías que cierran la puerta o la ventana, que era el paso que quedaba abierto desde el interior al exterior. Cultiva la memoria, partiendo de la creación y el sentimiento que le empuja a buscar nuevas salidas, dejando en un segundo plano la nostalgia.
La estética característica de los últimos años envuelven su obra, que se vuelve mas densa y la manera en la que se trabaja la materia sobre la tela cobra protagonismo, conformado por las líneas del dibujo. Lo que da lugar a una formula particular de paisajismo, partiendo de su experiencia pictórica y en el que los caminos, surcos y montañas lo son a modo de símbolos.
Joan Hernández Pijuan es, en definitiva, un pintor paisajista, pero no en el sentido tradicional, porque la suya no es una pintura fotográfica ni representativa; son solo sensaciones, sintetizando el alma del paisaje, por medio de indicaciones de los objetos que lo compone: el surco, el camino o el árbol en el campo cultivado por el hombre…
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